El singular tabernero padre de Carlos Floriano en Sin categoría

Le gustaba enseñar un cartel de toros amañado, de esos que aún venden en El Rastro de Madrid, en el que figuraba su nombre bajo el de Curro Romero, su dios en la tierra. «Es el faraón - decía -, después de Dios, él». Este gran aficionado a los toros era el dueño de una taberna que llevaba su nombre: la taberna de Garci, que estaba en el bajo de una casa de dos plantas, en la esquina de la plaza Marrón con la calle Santa Apolonia, la que tiene unas escaleras que llegan a la avenida de España. Una taberna de techo de madera en la que los clientes eran amigos, donde de vez en cuando uno de ellos, Rolo, tocaba el acordeón, y se veía pasar la vida con un botellín de cerveza sobre la mesa de formica. En agosto de 1990, después de 30 años abierta, la taberna cerraba, luego se tiraría la casa para construir un bloque de viviendas. Antes de cerrar, el periodista A.S.O. de este diario le entrevistó, indicando él que en 30 años con sus parroquianos se había comido, entre otras cosas, «un gato, una zorra y hasta un burranco».